sábado, 16 de julio de 2011

La nostalgia de la lluvia

La nostalgia de la lluvia la padecen aquellas personas que viven en una ciudad donde los cielos azules aparecen todos los días. Donde el sol es el denominador común del clima.

La nostalgia de la lluvia no la suelen padecer, por el contrario, las personas que viven en una ciudad en la que puede llover durante una semana seguida sin tener pistas del sol. Por ejemplo, podría aventurarme a decir que alguien que vive en Buenos Aires no tiene nostalgia de la lluvia. Sí fantasea con, un día que amanece lloviendo, llamar a la oficina fingiendo voz de congestionado para decirle a su jefe que le agarró una gripe fuertísima de tal forma depoder quedarse en casa durmiendo, viendo pelis, comiendo y remoloniando. Pero eso no es la nostalgia de la lluvia. La nostalgia de la lluvia es otra cosa. La nostalgia de la lluvia es ansiarla. Desearla. LLamarla.
Un mes después de estar viviendo en Barcelona fui a conocer Santiago de Compostela. Sobre todo en la época en que fui yo, en Santiago llueve todos los días. Pero todos. Yo no estaba al tanto de esto, pero curiosamente esa semana había empezado a tener nostalgia de la lluvia. Cuando se lo dije a Gimena, la amiga de mi hermana que vive ahí y quien me recibió y hospedó en su casa amablemente -y quien claramente no tiene nostalgia de la lluvia-, me respondió: "já, acá esa nostalgia se te va a pasar rápido". Y así fue: al segundo día tenía nostalgia, pero de la soleada Barcelona. ¿Debe ser que las personas siempre estamos descontentas de lo que tenemos? Puede ser que toda esta cuestión tenga detrás la raíz de un cuestionamiento filosófico que no me voy a encargar de dilucidar en este espacio.

Como decíamos, la nostalgia de la lluvia la tienen esas personas que viven en un lugar donde el sol es el denominador común. Por ejemplo, probablemente, Brenda y Brandon Walsh (los protagonistas de Beverly Hills 90210) hayan tenido mucha nostalgia de la lluvia, por vivir en la soleada ciudad de los Ángeles.

Lejos de querer compararme con Brenda y con Brandon, yo vivo en Barcelona y tengo nostalgia de la lluvia. De hecho, tanta nostalgia tuve de la lluvia estos meses en Barcelona, y tanto la llamé y la deseé que el día de mi cumpleaños hubo una tormenta en la que no paró de llover ni un segundo.

El miércoles me fijé en el pronóstico extendido y decía que el domingo va a llover. Tener nostalgia de lluvia implica alegrarse con esta noticia y estar toda la semana esperando ese domingo (sin desligarse, claro, de la culpa por quienes viven en la calle y no tienen la posibilidad de fantasear sobre la lluvia y su nostalgia).

El nostálgico de la lluvia no sólo espera la lluvia. Se prepara para ella.

Mi preparación constó de lavar toda la ropa sucia para que quede seca antes del sábado a las diez de la noche -momento en el que ya todo será relajo expectante de la lluvia-.

La preparación también implica tener provisiones de todo tipo para ese día. Dulces, saladas, alimenticias, líquidas. La última vez que llovió mucho acá, nos agarró con la heladera vacía. Por suerte había unos ravioles y una lata de tomate. Pero nada más. Nada dulce, nada salado. Nada para celebrar que la nostalgia había terminado. Esta vez, no nos va a pasar lo mismo.

La última parte de la preparación tiene que ver con planificar mentalmente ese día. No tanto decidir qué pelis vamos a ver o algo por el estilo, sino con fantasear con ese momento. Imaginarnos todo el día en posición horizontal con el pijama inamovible y levantándonos nada más que para ir al baño y buscar comida. Imaginarnos mirando por la ventana diciendo "ahhh, qué lindo estar en casita un día como hoy".

Así que acá estoy, disfrutando de mi nostalgia, sentada en nuestro pequeño balconcito, con el sol pegando en la cara y el cielo todavía de un azul brillante. Pero sintiendo ese viento digno antecesor de esa lluvia tan ansiada, deseada, llamada, esperada y, preparada.

sábado, 23 de octubre de 2010

Día de la Independencia

Vivir sola en una ciudad es duro.

Irse a vivir sola a una ciudad es duro.

Más duro de lo que uno imagina. O quizás la diferencia es que sentirlo es más duro que imaginarlo.

Lo bueno es que hay algunos Oasis. Momento en los uno se siente un poquito más cerca de casa. Ayer, los dueños de mi piso, que son una pareja de colombianos, me convidaron de su sopa de pollo. Yo ya había almorzado, no tenía hambre. Pero después de decir que no, lo pensé y acepté. Acepté ese mimo con formato de sopa. (si Malfada leyese esto, se indignaría conmigo)

De todas formas, en esta entrada del blog quiero recalcar las cosas lindas de haberme ido a vivir sola. Cosas que hubiese experienciado de igual manera si hubiese dejado la casa de mis padres por haberme ido a vivir a otra casa en Buenos Aires.

Pero resulta que mis inquietudes, mis intereses, y personas que me fui cruzando en el camino quisieron que mi primera experiencia de independencia la viva en otro continente.

Vivir sola es sólo una forma de decir, vale aclarar, vivo con 5 personas más.

Mientras escribo esto estoy tomando mate en mi rinconcito preferido de la casa. Es un sillón que está lado del balconcito, y que a la mañana entra un sol delicioso.

El otro día usé el lavarropas por primera vez desde que estoy acá. No tengo vergüenza de decirlo: en mi casa me lavan la ropa. Con lo cual el temita del lavado no es mi fuerte, sencillamente porque no lo he practicado demasiado.

El martes me levanté decidida a realizar este quehacer doméstico impostergable. Con muchas fobias: encoger ropa, desteñirla, que de repente el lavarropas empiece a hacer movimientos incontrolables, o que directamente se rompa. Pero había algo que tenía claro: si la mayoría de la población mundial hace esto, tan difícil no puede ser. Los márgenes de error existen, pero tampoco había puesto a lavar alguna prenda demasiado significativa para mí, así que no había mucho que perder.

Hice dos lavados en total. Uno de prendas oscuras y otro de prendas claras. Puse la primer tanda en el lavarropas, la "oscura". Como mi habitación está al lado de donde está el objeto en cuestión, mientras este hacía su labor, me quedé en mi cuarto leyendo, pero siempre pendiente de todos los sonidos. Iba de vez cuando a mirar que todo marche sobre ruedas.

En una de las veces que fui me quedé mirando cómo la ropa daba vueltas (de hecho en un momento no la vi más, y entré en unos segundos de pánico hasta que volvió a entrar en el panorama de la ventanita redonda); y me acordé de mi amiga Anita, que me contó que desde que tiene su casa propia, se queda mirando cómo la ropa da vueltas en el lavarropas, hipnotizada. Supongo que debe haber algún significado místico en esos primeros lavados. Algo así como que por esa ventanita redonda uno va viendo como en un video clip todas las cosas que fue superando, hasta llegar a ese lavarropas, en esa casa. Hace ocho años, o uno para el caso, si alguien me preguntaba en qué casa se iba a encontrar mi lavarropas independentista jamás hubiera imaginado esta casa, en esta ciudad. En cada vueltas del lavarropas había una porcioncita de en lo que me fui convirtiendo pero a la vez está la esencia, que sigue intacta.

Terminé el primer lavado, sin encoges ni desteñidos a la vista y subí a la terraza a colgar mis primeras prendas: era un día hermoso, y la terraza es hermosa. Colgar mi ropa fue mi momento preferido de todo el proceso. Ver tu fruto colgado ahí, a la vista de todos tus vecinos, dan ganas de gritar a los cuatro vientos que lavaste tu ropa sola, y que tienen el mismo tamaño y color originales.

Me gustó tanto colgar la ropa que estuve esperando impacientemente que termine la próxima tanda de lado para subir a la terraza.

Luego de varios amagazos sonidísticos, terminó y pude volver a la terraza con mi broches. Para mi sorpresa, la anterior tanda estaba casi seca. "¡Esto es súper rápido!", pensé, y me puse colgar lo que me quedaba pendiente.

Pero eso requería superar un conflicto que me se había presentando: esta segunda tanda, era en un 90 por ciento, ropa interior,que si bien había estado lavando a manoen estos días, la puse en el lavarropas. La pregunta era la siguiente: ¿está bien que cuelgue mi ropa interior a la vista de todos los vecinos no sóllo de mi edificio, sino también de los edificios aledaños?

Miré la terraza de otro edificio, y había una señora colgando, entre otras cosas, su bombachón blanco. Entonces, yo tambiém puedo colgar mis bombachas, me dije. Pero la diferencia era que mis bombachas no son lisas como las de la señora. De hecho, tengo una sola bombacha blanca común; las demás son de todos tipo: culottes. tangas, vedetinas; a lunares, con notas musicales, a corazones, motivos psicodélicos...yo en mis bombachas estaría exponiendo mucho más de lo que señora de bombachón blanco deja ver de sí. Pero colgarlas en mi cuarto no podía, por una cuestión espacial, así que llegúe a la conclusión de que, evetualmente, iba a tener que acostumbrarme a esa exposición. Quízás a aquella señora le gustaría poder exponer algo más arriesgado y divertido que un bombachón blanco, al igual que a mí me gustaría exponer algo de más bajo perfil que un culotte con cerezas estampadas.

Las empecé a colgar, bien juntitas, para que, al menos pasen más desapercibidas. Formaban un hermoso crisol a decir verdad.

Bajé, terminé mis lecturas pendientes, almorcé y me fui a la facultad.

A la noche volví con el espíritu un poco por el piso. Pero mientras estaba subiendo los 4 pisos de escalera recordé que había algo a lo cual aferrarme: tenía pendiente la tarea de ir a buscar mi ropa recién lavada a la terraza.

Subí, empecé a descolgarla prenda por prenda, y olía cada una. Puedo jurar que el olor de la ropa lavada por uno mismo es mil veces más rico que cuando te la lava otro.

Volví a mi cuarto, guardé mi ropita bien oliente, y me fui a bañar.

Ansiosa por ponerme mi pijama y mi culotte con cerezas estampadas, con olor independentista.

martes, 12 de octubre de 2010

Y por fin, desde Barcelona...

He aquí viviendo en una nueva ciudad. Una bella ciudad.

Barcelona.


Hay miles cosas que uno piensa que cambiaría de sus hábitos de vivir en otro lugar. Es como cuando uno piensa que si tuviese más tiempo iría al gimnasio todos los días. Pero no es así.



Hay algunas cosas que cambian. Hábitos, sensaciones. Antes de venir, Maxi (quienes leyeron la entrada acerca del admirador secreto,saben muy bien quién es), quien tuvo mucho que ver con este viaje, y quien estuvo en mi misma situacion en esta misma ciudad, me contó de cómo la nostalgia y la lejanía le daba otro significado a las cosas. Me decía:



-¿Sabés lo que es ir caminando por calle, siendo extranjero, por la ciudad en la que vivís? ¿O la emoción de que tu mamá aprenda computación sólo para poder verte por la camarita? ¿Escuchar tango allá, ver a Ramón-su perro-, por la camarita? Eso es maravilloso vivirlo.



He aquí algunos hábitos o sensaciones que cambiaron en estos más de quince días que llevo acá.



Cosas que cambiaron:
  • la manera de interpretar las letras de las canciones: hoy me pasó particulamente con una canción de Jorge Drexler que se llama "Equipaje" (de hecho la posteé en el Facebook) y habla de Barcelona. Ay, claro, es re obvio, dirá quien lea esto. Pero la cuestión es que cuando estaba en Buenos Aires siempre pasaba está canción. Sí, claro, sabía que mencionaba Barcelona, Gaudí, y las gárgolas del Gótico, pero no me gustaba demasiado. Estando acá entro en el clima de la canción, en los momentos, en los sonidos.
  • Costumbres argentinas: siempre fui de tomar mate. Pero soy una mateadora de la tarde más bien. Al menos lo era en Buenos Aires. Y tampoco tomaba mate todos los días. Acá, una suerte de eventos y de circunstancias hicieron que desayune y meriende con mate (que me regaló especialmente mi amigo Franco, y me lo curó mi hermana): llegué y no tenía nada para comer y era fin de semana, y las calles estaban atestadas de gente, por una festividad muy importante y masiva de acá que se llama Festes de la Mercé. Sólo tenía la bolsa de golosinas que me había regalado mi prima, el mate, la bombilla y la yerba, obsequio también de mi prima. El mate y esas golosinas, que era lo unico comestible y bebible que tuve hasta que fui al super, fueron mi refugio esos primeros días. Mi gasolina.
  • Argentinidad al palo: cuando uno está allá piensa "uy, ¡un bajón, porque en Barcelona hay un montón de argentinos!" Pero me ocurrió que cuando empecé el Máster y me di cuenta de que soy la única argentina a expeción de un viejo argentino naturalizado catalán, me dio cosita. Necesitaba complicidad. Necesitaba hablar en el subte con alguien acerca de dónde conviene comprar la yerba, de la diferencia entre el Euro y el Peso, o de las similitudes entre España y Argentina. La realidad es que estando tan lejos, uno siente la necesidad de fraternizar con gente que venga de su mismo lugar. Por lo menos un poquito.

Cosas que no cambiaron:

  • La pereza: y sí, es un pecado capital (más allá de que no soy católica), así que como todo pecado es universal. La pereza existe. Siempre, donde sea. Para los que nos gusta dormir es difícil despegarnos de la cama, aunque afuera te esté esperando una ciudad que recibe no se cuántos turistas al día. Dormir es lindo siempre, y donde sea. Y despertarse es doloroso siempre, en Buenos Aires, Machu Pichu, Nueva Zelanda, China o Barcelona. Esto se extiende a la pereza deportiva. Aún estando cerca de la playa, la pereza existe, siempre. Uno piensa que no. Que en otro lado, hay cosas que cambiarían en uno. Pero la realidad es que hay cosas que nunca cambian, a menos que uno decida cambiarlas. Para que conste, he salido a correr alrededor de 4 veces. Sé que no es una gran cifra. Pero estoy contenta.
  • Perderme: con Guía T, con el mapa que me dieron en la oficina de Turismo del Ayuntamiento de Barcelona, da igual, siempre me pierdo. Es parte de mi esencia y de mi encanto. Y no hay nada que pueda hacer al respecto, más que perder el orgullo y preguntar a alguien para encontrarme de vuelta.
  • Ir por las calles sin mirar el nombre: este punto, claramente, está íntimamente vinculado con el anterior. Si estoy por el microcentro, y alguien me pregunta por la calle Viamonte, tengo que pensar mucho, tengo que hacer conexiones en mi cabeza desde los lugares que frecuento, y después, al cabo de al menos 20 segundos de trabajo relacional, puedo contestar, y con miedo a estar equivocada. No le doy bola a los nombres. Me fijo en los balcones, en las ofertas, en los carteles. Pero nunca en los nombres. Y eso tampoco cambia acá, por más que esté paseando por el Passeig Picasso.
  • La indecisión: qué celular comprar, con qué agencia. Qué café. Qué fideos. Donde ubicar mis cosas en la habitación. Cuándo poner a lavar la ropa. La indecisión es mi mochila constante, y que, naturalmente, traje sobre mis hombros hasta Barcelona.
  • Rayar zanahoria: sí. No estoy hablando metaforicamente. Rayar la zanahoria es un embole. Donde sea. No se crean que cerca del Mediterráneo es menos tedioso.

Adeu a todos, desde mi ventana barcelonesa.

viernes, 27 de agosto de 2010

A las corridas, o al menos intentándolo

La pereza me está abatiendo.

Tengo que retomar con constancia mi actividad física. Estoy teniendo problemas con eso.

Hace un mes probé retomar spinning y me reinscribí en el gimnasio. La primer semana fui cuatro veces, la segunda una, la tercera una...terminé dándome cuenta de que no quiero estar encerrrada escuchando marcha. Tenía que encontrarle otra vuelta de tuerca.

En el 2007 empecé a salir a correr. Incentivada principalmente por mi padre, empecé con ese hábito. Llegué a salir correr todos los días. Estaba bastante entrenada.

Ahora salgo a correr cada muerte de obispo. Y cuando ese obispo se muere, me quedo sin aire a los dos minutos, y me culpo a mí misma por haber perdido la practica.

Pero yo sé que la puedo recuperar. Sólo tengo que encontrarle esa bendita vuelta de tuerca.

Yo suelo hacer siempre el mismo recorrido cuando salgo a correr. Al hacer ese recorrido paso por etapas de mi vida.

La Facultad, la plaza en la cual solía ir con el chico por el que más lloré en mi vida, la cuadra que es la vuelta de la casa de ese mismo chico, los estudiantes de derecho, a quienes ya no reconozco, ya que soy de otra época; y antes cuando estaba más entrenada llegaba hasta Libertador y Salguero, y pasaba por la puerta de mi colegio, por la Esso, donde he pasado bastantes tardes y mediodias, y corriendo hacía el mismo recorrido desde el colegio hasta el Paseo Alcorta, tal como lo hacía en mi secundaria. (época en la cual no corría ni loca)

Esas eran las buenas épocas. Cuando corría 40 minutos, y llegaba a esa altura del recorrido. Ahora corro 18 y llego hasta ATC.

Pensando en todo esto, descubrí que tenía que cambiar de método.

1) Algo que me haga despejar de mirar el reloj cada diez segundos: música. Nunca fui adepta de escuchar música mientras uno corre, ya que me gusta más conectarme por el lugar por el que estoy corriendo. Es más, suelo salir de mi casa despojada de todo elemento, mas allá de la ropa y del cronómetro. Las llaves las dejo en el jarrón de la puerta de mi casa. Lamentablemente, tengo que acudir al aparatazo enorme de mi Ipod como método de salvación.

2) El recorrido: tengo que diseñar algo que psicológicamente me engañe y me haga pensar que no tengo que llegar muy lejos. Llegué a la conclusión que lo mejor es probar es dar dos vueltas a una plaza grande, como la que está enfrente de la Facultad de Derecho. Probar una plaza un día, otra plaza otro día. Ir tanteando la tarima. Disfrutando corrida a corrida. Disfrutando día a día. Carpe Diem; Hit et nuc. Tratando de impregnar mi cerebro de este tipo de frases que nos llevan a pensar en hoy y no en mañana.

Hoy me levanté y dije:

CARPE DIEM - HIT ET NUC,

y emprendí mi corrida matutina.

Insusual en mí, soy una corredora de la tardecita. Me encanta el momento del día en el que el sol se va poniendo para el atardecer, el cielo es de mil colores y se levanta una brisa siemplemente perfecta. Pero estoy teniendo problemitas para arrancar a la tarde y suelo optar por quedarme viendo algún capítulo de Friends que seguramente vi un mínimo de 3 veces.

Elección de la música: By the way de Chilli Peppers. Ni bien empecé a correr al compás de la música, me di cuenta que es un excelente disco para correr. By the Way, el tema inaugural, dan ganas de correr hasta el fin del mundo. El problema fue que me quedé rapido sin aire, dado que los ajíes picantes me incentivaron a acelerar el movimiento de mis piernas.

Pero por suerte después vinieron las baladitas del disco, que me permitieron trotar un poco más lento y adecuar el ritmo al aire que tenía.

Cuando estaba terminando la primer vuelta empecé a sufrir un poco, y tomé la decisión de empezar a caminar en cuanto la termine.

Hago otra vuelta más caminando, me dije, y listo, me vuelvo a casa.

Pero esa decisión me olía a derrota.

Empecé a caminar, y cuando estaba por llegar a la mitad de la segunda vuelta caminando, empecé a trotar de nuevo. Negocié conmigo misma y corri esa parte que me faltaba de la segunda vuelta. Se podría decir que corrí casi dos vueltas.

Yo siempre elongo en el mismo árbol. Elongo, a veces hago un par de abdominales y después me tiro panza arriba con los brazos detras de la cabeza, como si estuviera en la playa. Y miro la copa del árbol y el contraste que hace con el cielo, y me felicito por el esfuerzo hecho.

Hoy era de mañana, y cuando atiné a sentarme en el pasto, me percaté de que estaba mojado por el rocío.

Elongé junto a un tacho de basura, y emprendí mi caminata a casa.

En el camino, me acosté en un banquito de Plaza Francia, todavía con los Chilli Peppers de fondo. El momento del relax en fundamental para mí. Hice mis abdominales, me incorporé y me puse a contemplar la ciudad. La gente, los árboles. Me detuve en dos paseadoras de perros que estaban con muchos (perros) y le tiraban la pelotita y los muchachos se volvían locos, y ellas se divertían mucho. Y me puse a pensar qué dirá la Lonely Planet de Buenos Aires, de su gente, de sus plazas.

Seguí caminando hasta mi casa. En un momento se terminó el disco de los Peppers.

Decidí poner de vuelta mi tema preferido de ese disco, "I could die for you", una baladita preciosa.

Y la baladita preciosa se terminó a dos cuadras de mi casa, y la puse de vuelta. En el auto hago lo mismo. La pongo mil veces.

Llegué a mi casa, subí por el asensor, a full con la baladita, haciendo la mímica de la batería mirándome al espejo(o "Drums-Hero").

Agarré la llave del jarrón, abrí la puerta, e hice mi entrada triunfal.

Desafiando los pronósticos y mi pereza.

Y cantando la baladita preciosa, como si toda la letra repitiese una y otra vez:

CARPE DIEM - HIT ET NUC

jueves, 15 de julio de 2010

La reivindicación del abogado

Hoy se aprobó la Ley del Matrimonio Igualitario.

Esuché y lei muchos comentarios (en Facebook sobre todo), criticando las barrabasadas de ciertos senadores, alabando los discursos de otros.

Yo estoy contenta. Creo que esta nueva ley, por más que a simple vista pareciera que incumbe a un sector de clase media alta, en realidad, afecta a todos. Porque como dijo una juez que hace aikido con mi hermana, la pareja homosexual que se quiere casar, si tiene un buen agobado, se casa. Es decir, hasta el día de hoy, se casaban los homosexuales que tenían el dinero, el tiempo, y la energía suficiente como para contratar un abogado y hacer un juicio.

Hoy hay igualdad. Hoy cualquier persona se puede casar. Sin abogados, sin juzgado. Eso hay que celebrarlo.

"Quien tiene un buen buen abogado se puede casar."

Me quedé pensando en esta frase.

Y me acordé del primer matrimonio de homosexuales que se casó, que estuvo ayer en "A Dos Voces", por TN.

Y pensé en el abogado de ellos. Y en el abogado de la segunda pareja en casarse, y en el de la tercera, y asi. Pensé en todos los abogados detrás de esas personas que lograron ser considerados iguales.

El rol y la conducta del abogado están vapuleados. Con razón quizás. Los abogados nos hemos hecho una mala fama.

Pero lo que sucedió ayer en el Senado, tiene un antecedente directo. Y es el trabajo de los abogados de las parejas que pudieron casarse antes de la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario. Los antecedentes de la Leyes es la jurisprudencia(para quienes no están familiarizados con el tema, jurisprudencia se le dice a las sentencias de los jueces). La jurispruencia pule la legislación. Le hace saber a los legisladores las falencias de la normativa vigente, y los choca con una realidad en la que las normas, se quedan atrás.

Y los obreros de la Jurisprudencia son los abogados.

Fueron los obreros del divorcio vincular.

Son los obreros de la despenalización de la tenencia de estupefacientes para consumo personal (digo SON, porque, ojota, a diferencia de lo que cree el común de la gente, la Ley de Estupefacientes no ha sido modificada. La Corte se expidió al respecto, lo cual no es moco de pavo, pero ahora le toca al Congreso)

Y fueron los obreros que construyeron la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario.

Hoy siento orgullo de ser abogada.

Y pienso en esos colegas gracias a los cuales, hoy vivimos en país un poquito más igualitario, en el cual casarse con alguien del mismo género dejó de ser un derecho para la clase media alta, y empezó a ser un derecho para todos.

Y quería dejarlo asentado en algún lugar. Porque sí, claro que los senadores tuvieron la última palabra.

Pero no nos olvidemos de quienes tuvieron el coraje de tener la primera.

sábado, 3 de julio de 2010

"Sin reproches"

"Sin reproches" Carlitos Tevez

"Tenemos una espina clavada que en algún momento se va a salir" Nicolás Otamendi

"Esto sigue y hay que seguir vivo" Clemente Rodríguez

"Hoy en día nos toca sufrir y bueno, sufriremos" Javier Mascherano

Y sí, porque hay un momento en el que uno ya no tiene nada más para hacer, y agarra el pote de helado y se pone a ver cualquier película romántica en la cual los amantes terminan juntos; y se autocompadece. No hay otra forma de pasar el mal de amor.

Y llora, y duele. Y está la espina de la cual habla Otamendi, y la incomprensión de un mañana después de esto, a la cual hace referencia Clemente, y el ineludible dolor al cual hace referencia el Masche.

Pero Carlitos lo dijo, sin reproches. Sí, claro con todas las cosas para mejorar que se van a decir de acá a que empiece el nuevo torneo local. Hay cosas para mejorar, pero no reproches. No los reproches que hubieron en los últimos mundiales. Esa es mi sensación al menos.

Uno pelea por el amor. Hasta el último segundo. Y es en ese momento en el que uno se da cuenta que hizo todo para sacarlo adelante; apoya la cabeza en la almohada y duerme tranquilo.

Yo vi a las fieras peleando por el beso a la Copa hasta el último segundo, cuando claramente ya no valía la pena. Otras selecciones que me han roto el corazón en otros Mundiales, en el 2 a 0 se hubiesen derrotado y hubiesen dejado de buscar y de intentar. Y eso es lo que hace que Carlitos tenga razón. Los corazones rotos siempre duelen y tardan en sanar. Pero tienen otro sabor cuando la entrega fue total. Y otra sanación.

Quizás hoy no duerman tranquilos. Pero merecen hacerlo pronto.

Lo que duele, y mucho es el Deaje Vú. Lo del 2006 fue horrible. La lesión del Pato, la cara de ofendidito de Messi porque Pekerman no lo puso. Y ese penal que erró Cambiasso. Era algo que todos queríamos olvidar, aunque las circunstancias, idénticas, insistían en recordárnoslo.

A la tarde me fui a dormir la siesta. Cuando me desperté, por instinto prendí la tele. La siesta no había borrado nada. Seguía siendo ese mismo sábado pesado, de un negro tan furioso como la casmineta alemana. Y de desilusión.

Me acordé del spot de TN con música de Los Piojos que me había comentado mi hermana. Lo busqué en Youtube. Lo postée en Facebook, cuestión de que la espina de la cual hablaba Otamendi se hiciera más filosa. Hay momentos en que uno sólo quiere sufrir tranquilo. Y por qué no, en colectivo.

Empecé a buscar otros spots del Mundial como quien mira fotos de un amor trunco una y otra vez. Con la incredulidad y la negación de aceptar que quedaron obsoletas. Que ya no van a haber más fotos juntos. Que ya no hay más Sudáfrica y que el Mundial dejó de tener sentido.

También me acordé de los momentos lindos. Me acordé de un Palermo emocionado, haciendo referencia al tiempo que jugó contra Grecia "como esos diez minutitos que Diego me dio". Como un regalo del cielo. Como un regalo de Dios.

Y ver a nuestra vecina Uruguay entrar a la semifinal de carambola duele. Ella está entre los cuatro mejores del mundo y nosotros no. Eso, dejando de lado toda hipocrecía, da más bronca. Porque, futbolísticamente, somos mejores que Uruguay. Hasta el día hoy yo quería que Uruguay llegue a la final; porque son nuestros hermanos sudamericanos, porque Mujica me cae bien, porque me encanta Jorge Drexler y porque hay varios de los jugadores que están fuertes. Sólo que esa final me la imaginaba con el Diego en el banco de suplentes. Ahora estoy celosa. Y los celos, al igual que las ilusiones, son irreflenables.

Hoy Uruguay es esa amiga, no demasiado agraciada, que tiene un novio divino y nos avisa que el novio le propuso casamiento un día antes que a una le rompan el corazón en mil pedazos. Queremos ser Uruguay. Merecíamos ser Uruguay.

Uno de los comentaristas de T & C decía hoy a la noche: "Quizás este sea el lugar de la Argentina en el Mundial, los cuartos de final".

Hay veces que creemos que nuestro destino es tener amores erráticos. Que nacimos para sufrir, y que nunca vamos a ser esa amiga nuestra que finalmente encontró el amor. Que esas cosas sólo le pasan a los demás.

Yo me resigno a pensar que quien ha tenido amores erráticos, nunca va a conocer otro tipo de amor.

Y me resigno a pensar que el lugar de la Argentina en el Mundial sea este.

Y sí. Empiezo a soñar con el 2014. Quizás, para ese entonces, mi corazón ya esté recuperado y tenga ganas de volver a creer.

Siempre corriendo el riesgo de tener que juntar los pedacitos y tener que pegarlos con Poxipol.

viernes, 2 de julio de 2010

Esas indomables fantasías...

Hay un momento en las relaciones sentimentales rumbeantes en el que uno tiene la osadía suficiente de pensar que le ha llegado el momento de ser feliz. Que finalmente el amor incondicional, capaz de derribar obstáculos y dificultades tocó su puerta.

Hoy soñé que Argentina jugaba con Brasil en cuartos, y que los brasucas, imresiblemente y ante la mirada atónita del mundo, se volvían a casita.

Nostradamus, me podrían decir.

Venía caminando a la oficina y vi (porque los resultados de los partidos del Mundial en las calles de Buenos Aires son el dato más fácil del cual proveerse) que Brasil ganaba 1 a 0. Nada nuevo. Brasil iba a ganar seguramente, recién empezaba el partido.

Estando en la oficina Andy (Kutnesoff, o como sea que se escriba) me cuenta (a través de la radio, no es mi amigo personal) que Holanda empató. No me provocó nada. Seguramente Brasil iba a meter tres goles más, y ya. Eso era lo que todos pensábamos.

Después Andy me contó que Holanda metió otro gol.

Bien. Todavía estaba la probabilidad de que Brasil arremetiera con todo. Es lo que siempre hacen después de todo. Son un equipo ganador.

Y fue cuando Andy me contó que expulsaron a un brasilero que las ganas de fantasear se me despertaron y empecé a juguetear con un posible final feliz. Corrí a prender la tele de la oficina. Pude imaginarme a Diego con la copa, así como cuando uno fantasea con aquél momento en el cual, a través de un beso, sellamos ese pacto de amor sorprendiendo a todos y burlando todas las probabilidades. Y las imágenes de paseos de la mano por los bosques de Palermo parecer estar cada vez más cerca.

Fantaseé. Y no lo pude evitar. Sé que está mal. Porque sé que mi corazón puede ser roto en mil goles, en varios penales, o en algún error de Demichelis.

Pero hoy Brasil me hizo imaginarme como sería, un domingo 11 de julio con el Obelisco rebalsado de gente y de alegría.

Y sé que mañana los holandeses no nos lo van a hacer nada fácil.

Pero las fantasías son, a pesar de uno, indomables.