La nostalgia de la lluvia la padecen aquellas personas que viven en una ciudad donde los cielos azules aparecen todos los días. Donde el sol es el denominador común del clima.
La nostalgia de la lluvia no la suelen padecer, por el contrario, las personas que viven en una ciudad en la que puede llover durante una semana seguida sin tener pistas del sol. Por ejemplo, podría aventurarme a decir que alguien que vive en Buenos Aires no tiene nostalgia de la lluvia. Sí fantasea con, un día que amanece lloviendo, llamar a la oficina fingiendo voz de congestionado para decirle a su jefe que le agarró una gripe fuertísima de tal forma depoder quedarse en casa durmiendo, viendo pelis, comiendo y remoloniando. Pero eso no es la nostalgia de la lluvia. La nostalgia de la lluvia es otra cosa. La nostalgia de la lluvia es ansiarla. Desearla. LLamarla.
Un mes después de estar viviendo en Barcelona fui a conocer Santiago de Compostela. Sobre todo en la época en que fui yo, en Santiago llueve todos los días. Pero todos. Yo no estaba al tanto de esto, pero curiosamente esa semana había empezado a tener nostalgia de la lluvia. Cuando se lo dije a Gimena, la amiga de mi hermana que vive ahí y quien me recibió y hospedó en su casa amablemente -y quien claramente no tiene nostalgia de la lluvia-, me respondió: "já, acá esa nostalgia se te va a pasar rápido". Y así fue: al segundo día tenía nostalgia, pero de la soleada Barcelona. ¿Debe ser que las personas siempre estamos descontentas de lo que tenemos? Puede ser que toda esta cuestión tenga detrás la raíz de un cuestionamiento filosófico que no me voy a encargar de dilucidar en este espacio.
Como decíamos, la nostalgia de la lluvia la tienen esas personas que viven en un lugar donde el sol es el denominador común. Por ejemplo, probablemente, Brenda y Brandon Walsh (los protagonistas de Beverly Hills 90210) hayan tenido mucha nostalgia de la lluvia, por vivir en la soleada ciudad de los Ángeles.
Lejos de querer compararme con Brenda y con Brandon, yo vivo en Barcelona y tengo nostalgia de la lluvia. De hecho, tanta nostalgia tuve de la lluvia estos meses en Barcelona, y tanto la llamé y la deseé que el día de mi cumpleaños hubo una tormenta en la que no paró de llover ni un segundo.
El miércoles me fijé en el pronóstico extendido y decía que el domingo va a llover. Tener nostalgia de lluvia implica alegrarse con esta noticia y estar toda la semana esperando ese domingo (sin desligarse, claro, de la culpa por quienes viven en la calle y no tienen la posibilidad de fantasear sobre la lluvia y su nostalgia).
El nostálgico de la lluvia no sólo espera la lluvia. Se prepara para ella.
Mi preparación constó de lavar toda la ropa sucia para que quede seca antes del sábado a las diez de la noche -momento en el que ya todo será relajo expectante de la lluvia-.
La preparación también implica tener provisiones de todo tipo para ese día. Dulces, saladas, alimenticias, líquidas. La última vez que llovió mucho acá, nos agarró con la heladera vacía. Por suerte había unos ravioles y una lata de tomate. Pero nada más. Nada dulce, nada salado. Nada para celebrar que la nostalgia había terminado. Esta vez, no nos va a pasar lo mismo.
La última parte de la preparación tiene que ver con planificar mentalmente ese día. No tanto decidir qué pelis vamos a ver o algo por el estilo, sino con fantasear con ese momento. Imaginarnos todo el día en posición horizontal con el pijama inamovible y levantándonos nada más que para ir al baño y buscar comida. Imaginarnos mirando por la ventana diciendo "ahhh, qué lindo estar en casita un día como hoy".
Así que acá estoy, disfrutando de mi nostalgia, sentada en nuestro pequeño balconcito, con el sol pegando en la cara y el cielo todavía de un azul brillante. Pero sintiendo ese viento digno antecesor de esa lluvia tan ansiada, deseada, llamada, esperada y, preparada.